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lunes, 29 de julio de 2013

Fin de un julio viajero

Es fácil adivinar dónde he estado...
Como se ve en el blog, últimamente viajo más que cocino; siempre viajes breves, pero suficientes para desconectar unos días y volver con ganas a la rutina. De nuevo hemos estado en Castellón (ya conté algún viaje anterior en el blog) y, además de la paella de marisco, hemos probado otras muchas cosas: M.A. no se iría de allí sin pedir algún día una sepia a la plancha con all i oli:
La acompañamos con sardinas en escabeche:
... y con un plato que ninguno de los dos conocía y que nos encantó, la titaina (un plato de Valencia que se prepara con tomate, pimientos, piñones y atún en salazón)
De postre, helados (no fueron los únicos que cayeron esos días):
Y para casa, un paquetito de pastissets de boniato y de requesón (de la pastelería Pilar, en Alcossebre, donde también compramos unas cocas saladas con pipas):
No hay foto de los estupendos mejillones de la zona, que estaban en plena temporada y pedimos más de un día, ni del esgarraet, la leche merengada y otras cosas ricas, pero como se ve es una zona estupenda para darse un pequeño homenaje (mucho más si además cuando comes en casa te esperan los platos de la madre de M.A. :)
Pero como no todo es comer, también fuimos a caminar por el parque natural de la Sierra de Irta, al lado de Alcossebre, con un paisaje precioso de bosque mediterráneo con pinos, romero, palmitos, enebros y matorral que asoma al mar. Da un poco de esperanza ver que el estúpido urbanismo descontrolado de este país, que sigue sin regularse apropiadamente, no ha conseguido destrozar del todo el litoral levantino y todavía se conservan parajes así, aunque sea excepcional e incluso en él se note mucho la presencia humana. Me sigue sorprendiendo mucho el paisaje levantino, tanto el natural como el construido y cómo se conectan y a veces hasta se confunden, quizás acostumbrada a las grandes extensiones despobladas que hay en Extremadura que atravieso cada vez que voy a Badajoz.
Volviendo a la Sierra de Irta, ese día hacía un calor húmedo espantoso así que atravesamos una parte con el coche y para caminar escogimos una ruta muy corta y llana cercana a la costa, pero con algunos grados menos debe ser un lugar fantástico para hacer senderismo por las zonas más altas y boscosas del parque.
A la vuelta de la excursión me llamaron la atención en varios barbechos lo que yo creí que eran unos enormes cardos, que no recordaba haber visto antes en el campo ni en libros de hierbas silvestres: al parar y acercarme descubrí con sorpresa que eran... ¡alcachofas! Las poquitas que habían quedado en las plantas (no sé si las dejan para que echen semilla o qué) se habían abierto, y se apreciaba más que nunca que son, literalmente, cardos grandes.
En cuanto a los mercados... esta vez no pasamos por el de Castellón, aunque sí visitamos algunas fruterías para traer verduras. No encontramos berenjenas blancas, pero sí nos trajimos estas preciosas berenjenas rayadas (ojo a la forma de la tercera) que seguramente usaré para hacer una escalivada, además de quesos, un montón de tomates, melocotones de Calanda y judías "Buenos Aires" de vainas rojas, que prepararé en los próximos días. 
Se acaba julio y se acabó este pequeño viaje, pero si se tiene la nevera llena de estas cosas ricas y la cabeza llena de buenos recuerdos cada día se pueden saborear de nuevo las vacaciones, en cada comida y en cada siesta :)

martes, 16 de julio de 2013

Ser dominguero de vez en cuando sienta muy bien

Pues eso: por una vez, coger el coche y pasar el día recorriendo carreteras poco transitadas. Parar de vez en cuando para mirar el paisaje...
Sentirte a ratos como en una road-movie americana (podría ser Texas... pero es Guadalajara):
Ir parando en los pueblos de arquitectura negra, y elegir uno de ellos para comer, por ejemplo, un buen plato de conejo con tomate (o migas, o escabeches...):
La batería del móvil duró justo hasta la comida, y no llegó para llevarnos alguna imagen de las preciosas casas de pizarra ni de las mejores vistas de las carreteras de montaña, aunque por esta vez me alegré: mucho mejor ir disfrutando el viaje que ir pendiente de retratarlo. 

viernes, 12 de julio de 2013

Pesto de zanahoria y almendras

Un descubrimiento. Aún tengo que perfeccionar mucho la fórmula, pero sin duda es una receta que repetiré muchas veces.
Buscaba yo recetas fáciles para dar salida a las zanahorias del huerto: no las clareamos cuando eran pequeñas así que nos hemos juntado con un montón de zanahorias de tamaños y formas diversos. Algunas se han comido en ensaladas (con apionabo crudo rallado, ¡qué rico!) otras las he congelado después de escaldarlas y unas poquitas iban para la comida de hoy. Buscaba una receta fácil de pasta con zanahorias entre blogs italianos y me encontré con este pesto del blog Nero di Sepia; claro que su plato tiene mejor pinta, entre otras cosas porque todo mejora con un buen viaje de panceta, pero yo por esta vez he prescindido de ella.
La receta es muy fácil y rápida, ya que se prepara con la zanahoria cruda. En internet hay otras recetas de pesto parecidas que cambian el fruto seco, añaden hierbas (romero, perejil o albahaca...) o especias, así que cada uno puede hacer su propia variación. Yo para 2 platos he usado:

-unas 3 zanahorias (2 si son grandecitas)
-2 cucharadas de almendras picadas, tostadas ligeramente en una sartén
-1 diente de ajo pequeño, o menos aún
-aceite de oliva (no lo medí)
-sal, pimienta negra
-1 trocito de queso parmesano o similar
-4 cucharadas de agua de cocer la pasta
La única complicación es encontrar la textura adecuada, porque la zanahoria cruda es muy seca y cuesta batirla; si tenemos un buen robot de cocina es fácil, si no quizás conviene rallarla antes. Se tritura con el ajo y las almendras, se añade aceite al gusto y un poco de agua de cocer la pasta hasta que quede una crema espesa y se ajusta de sal y pimienta. Se mezcla con la pasta recién escurrida, y a comer.
Esta vez no ha sobrado como para hacer la prueba, pero si hace tanto calor que ni siquiera apetece cocer pasta estoy segura de que queda estupendo en una buena tostada o bocadillo con algo de queso, o un embutido con algo de picante que contraste con lo dulce de la zanahoria... Habrá que probar. 

miércoles, 3 de julio de 2013

Cosas por las que volver una y otra vez a Lisboa

Mientras estuve viviendo en Lisboa siempre fantaseaba con mi amiga L. sobre vivir en un bonito edificio con fachada de azulejos azules. 12 años después, por fin nos hemos permitido este lujo, aunque sólo haya sido durante 4 días.
Como diría M.A., ha sido un viaje de amigotas. Como las tres habíamos estado ya allí varias veces hemos dejado de lado las visitas turísticas (ni siquiera hemos ido a comer pasteles a Belém...) y nos hemos dedicado a pasear tranquilamente por la ciudad, comprobando los últimos cambios, conociendo nuevos cafés y restaurantes, o curioseando los siempre abarrotados escaparates de las pastelarias...
Un par de días de playa...
Y mucho relax. Visitando algunas de las tiendas de las que tanto habíamos oído hablar:
Y comprobando allí que, además de latas, los portugueses editan unos libros preciosos:
También fuimos a sentarnos un rato bajo mi sombra favorita de Lisboa...
Y a conocer, a pocos metros de allí, el Mercado Biológico de Príncipe Real, que una vez más me ha hecho preguntarme qué hemos hecho los pobres madrileños para no tener aún uno de éstos:
Había verduras, toda clase de hierbas (¡verdolaga!, o, como ellos dicen, beldroega), fresas y otras frutas (que compramos, lavamos en una fuente y comimos allí mismo):
Amoras (¿no es un nombre precioso?)...
Hinojo (funcho) y apionabo o, como dicen ellos, apio bola:
Patatas de varias clases (qué envidia):
Y cidra (chila), la calabaza con la que se hace cabello de ángel y que yo nunca he visto vender en España. Recuerdo haber comido de pequeña yogures de chila en Portugal, hasta mucho tiempo después no supe qué era:
Como ya dije compramos algunas frutas y yo además traje unas piezas de apionabo para que las probase mi hermana; aunque lo mejor que encontré fue esto, unos deliciosos panecillos de calabaza y anís que me están alegrando los desayunos desde que volví:
Cuando planeábamos el viaje ya previne a mis amigas, diciéndoles que había más de una panadería que quería conocer. Finalmente sólo visitamos una nueva, Tartine (sí, le han copiado el nombre a Chad Robertson, es un poco pretencioso de su parte); el aspecto de boutique, los elevadísimos precios y la desmesurada antipatía de algunas de sus dependientas no ayudaron mucho a crear una buena impresión, pero a cambio he de reconocer que el pan que nosotros probamos estaba muy, muy bueno y que el desayuno allí resultó muy agradable. A la vuelta pasamos de nuevo y me traje una baguette con semillas de amapola, la que más nos gustó.
Así que después de mi llegada he tenido en casa este bonito bodegón (ay, qué poco ha durado..):
Hubo muchas más comidas, cafés, tiendas, paseos, helados y pasteles... que no fotografié, pero sí quería hablar de la impresión con la que volví, sobre la enorme cantidad de nuevos sitios, tiendas, restaurantes... que encuentro cada vez que vuelvo a Lisboa. Lamentablemente, muchos sustituyen a otros que cerraron poco después de conocerlos yo... en esto me recuerda a lo que pasa en mi barrio de Madrid. 
Aunque algunos están orientados al turista y se inspiran en modelos extranjeros, muchos otros de estos locales son lugares especiales, posibles sólo allí, y ponen de manifiesto el valor que los portugueses reconocen a sus propios productos y cómo en tiempos tan difíciles - nuestra visita coincidió con la huelga general - ellos están respondiendo con un gran derroche de creatividad y con  voluntad de afianzar su identidad y de valorar todo lo bueno que tienen. Ya sé que mi opinión no es objetiva, pero desde luego a mí me pareció inspirador, y como siempre me fui con la promesa de volver muy pronto, y con ganas de animar a lo que aún no hayan ido.