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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Bollos suizos (con masa madre): para muchos desayunos felices

Tenía muchas recetas pendientes con las que me proponía despedir el año en el blog; al final estos últimos días del año han estado llenos de catarros y otros imprevistos y muchas de esas recetas tendrán que esperar. 
No pasa nada; cuando surgen estos imprevistos es cuando una agradece tener una madre y, también, un congelador lleno de esos pequeños tesoros: una tartera con un guiso o unas lentejas, pan casero... o unos bollos suizos para un desayuno inesperado. No los había publicado, y me ha parecido una buena manera de despedir el 2014: deseando muchos felices desayunos para el año que llega. 
Ya tenía una receta de bollos suizos en el blog, que funciona bastante bien; ésta la preparé hace unas dos semanas y se basa en la primera, pero tiene algunas pequeñas variaciones que hice para ir ensayando para el roscón, así que se puede decir que está a medio camino entre ambos: lo que hice fue incorporar un poco de masa madre, añadir cáscara de naranja y subir un poco la cantidad de azúcar. Al final la receta quedó más o menos así (para unos 10 bollos):

-100 g de masa madre refrescada con leche y harina a partes iguales
-350 g de harina de fuerza (en mi caso, Tradicional Zamorana)
-aprox. 80 g de azúcar (o más si lo queremos más dulce), y algo más para decorar
-1 pellizco generoso de sal
-ralladura de 1 naranja
-2 huevos
-50 g de leche entera, y algo más para ajustar la consistencia
-6 g de levadura fresca
-80 g de mantequilla
-1 cucharadita o cucharada de agua de azahar (al gusto)
Se baten los huevos y se reserva un poco para pincelar los bollos. Mezclé y amasé todo salvo el azúcar y la mantequilla, que agregué cuando la masa ya estaba bastante suave; yo lo hice con amasadora, que en este caso resulta bastante útil, pero con paciencia y un bol grande se puede hacer a mano. Una vez integrado todo, hice una bola y la dejé levar en un bol hasta que aumentó un poco el volumen (no hace falta dejar doblar porque el segundo levado lo quería forzar un poco). 
Dividí la masa en porciones de unos 75-80 g, desgasé y formé bolitas, bastante tensas. Las dejé reposar unos minutos para que se relajara la masa. Entonces las "estiré" un poco haciéndolas rodar con la mano sobre la encimera para que cogieran forma alargada, las pinté con huevo batido y las dejé fermentar tapadas hasta que habían aumentado bastante de tamaño, más del doble.
Se vuelven a pintar con huevo, se echa un poco de azúcar encima y se hornean a 200º unos 15 minutos o hasta que están dorados. Se dejan enfriar totalmente antes de comerlos, pues cuando están calientes aún tienen un cierto olor a la masa madre que después desaparece totalmente.
El truco de forzar la segunda fermentación es estupendo, es la diferencia entre una miga rica pero densa y una muuy esponjosa; es un truco que vale para casi cualquier bollo, así quedan realmente blanditos, aunque hay que tener cuidado para que no se pasen de fermentación, de ahí lo de acortar la primera.
Para esta prueba hice bollos en lugar de hacer directamente un roscón; los bollos se pueden congelar enteros una vez que están fríos y aguantan muy bien. Se dejan descongelar entre 1 y 2 horas a temperatura ambiente y están como recién hechos, así que merece la pena hacer una buena tanda.
Lo mejor es cuando te olvidas de que están ahí y un día te acuerdas de ellos, sacas un par, preparas un chocolate... y tienes el desayuno o merienda perfectos. Espero que en el año que llega haya muchos de éstos para todos, y siempre mejor en buena compañía.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Arroz con leche en puchero de barro

Arroz con leche estilo abuela, pero de verdad; me ha faltado la cocina de leña, pero eso lo dejo para otro momento.
No tengo una receta canónica, exacta e infalible de arroz con leche, ya me gustaría; además depende mucho del gusto de cada uno, la textura que espera... pero después de prepararlo varias veces, con varios tipos de arroz, en diferentes cocinas, hay cosas que son fijas: un buen arroz con leche necesita muuucho tiempo y muuucho líquido, para que el arroz tenga tiempo de cocinarse y abrirse completamente sin quedar duro ni dejar la leche como un engrudo, hay que tener paciencia para remover sin parar y el azúcar se ha de añadir al final. El resto... se aprende cocinando, no hay fórmula.
A mí me gusta más bien caldosito, como lo hacía mi abuela, y para eso hay dos posibilidades: cocer primero unos minutos el arroz en agua, pasarlo después a la leche ya caliente con las especias y terminarlo ahí (es lo que ella hacía y lo que propone, por ejemplo, Simone Ortega en 1080 Recetas de cocina), o bien empezar directamente a cocerlo en leche y subir la proporción de ésta respecto al arroz. Yo prefiero normalmente la primera forma, aunque alargo bastante la cantidad de leche y el tiempo de cocción respecto a lo del libro mencionado. Esta vez, sin embargo, ya que iba a poner a prueba el puchero y quería una cocción larga, opté por la segunda, empezando a cocinar directamente el arroz en leche. La receta quedaría más o menos así (la primera manera sería parecida, pero con algo menos de leche):
-1,2 litros de leche entera, aprox.
-90-100 g de arroz de grano redondo
-80-100 g de azúcar (depende del gusto, yo prefiero poner poco)
-1 palo de canela
-1 corteza de limón sin la parte blanca
-1 pizquita de nada de sal (opcional)
Se pone a calentar la leche con la canela y el limón, en un recipiente de fondo grueso; cuando empieza a cocer se echa el arroz y la sal y se deja hacer a fuego bajo, removiendo constantemente, unos 45-50 minutos o hasta que el arroz esté bien hecho y coja el punto que queremos, teniendo en cuenta que al enfriar espesará mucho más. Se añade el azúcar, se remueve otros 5 minutos y se vuelca en un recipiente (o en varios cuencos) para dejar enfriar. Se deja reposar. 
Hay quien añade otros aromatizantes (clavo, cáscara de naranja, anís...), quien pone mantequilla, quien requema la superficie con azúcar, y hasta quien echa yema de huevo, como en Portugal, donde lo hacen espeso y contundente. Todas buenas; yo prefiero la más sencilla, que es la que me sabe a mi abuelita.
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En cuanto al puchero, como ya he contado alguna vez, estuve mucho tiempo pensando en comprar una cocotte de hierro; antes de que mi hermana me la regalase por fin, decidí comprar un puchero de barro; al fin y al cabo lo que quería era un cacharro pesado y con mucho fondo y masa para hacer guisotes a fuego lento. Hasta ahora no he encontrado el momento ideal para usarlo, y ya llegó. ¿No es bonito?
Lo compré en mayo, en la Feria de la Cacharrería que se celebra cada año en la plaza de las Comendadoras de Madrid. Me hubiera llevado media feria, al final me contuve y compré el puchero en un puesto de Salvatierra de los Barros (por aquello de hacer gasto a la tierra de una, y porque me parecieron de los más bonitos y finos) y un plato muy sencillo; en total no me gasté más de 20 euros. Me preocupaba poder usarlo en mi vieja cocina eléctrica, pero en varios puestos del mercado me aseguraron que no había problema siempre que lo usara con potencia moderada.
Había pensado esperar a que pasara el verano y así estrenarlo con un guisote o un potaje; por unas cosas o por otras, desde que llegó el frío no encontraba el momento, cuando me ponía a hacer el guiso siempre se me olvidaba que antes de usarlo por primera vez hay que curar el puchero: esto es, dejarlo en remojo durante una noche entera y luego dejarlo secar, antes de meterlo por primera vez en el horno o en el fuego. Así lo recomienda, por ejemplo, un alfarero de Pereruela en este vídeo
Al final el día que lo curé lo que me apetecía era hacer arroz con leche y no me pareció mala idea. Empecé poniéndolo sobre el fuego apagado con la leche fría y en ese momento lo encendí, primero flojo y después subiendo un poco, dejando que se calentara lentamente; tardó mucho, entre otras cosas porque aún tenía bastante humedad en el barro. El resto... fue paciencia y remover mucho. Como le decía a mi hermana, no es un cacharro pensado para los apasionados de la olla exprés o a los que les preocupa el gasto eléctrico, porque es verdad que tarda en coger calor y la cocción se prolonga mucho. Yo misma no creo que lo use con demasiada frecuencia, porque normalmente hago poca cantidad y no merecería la pena, pero debe ser ideal para el cocido o ciertos guisos de carne. Ya lo contaré.
Lo próximo será también probarlo en el horno. Si le cojo el gusto, quizás el año que viene vaya a por una de las ollas bajitas, para arroces. Aunque con gusto me los llevaría todos.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Pan para desayunos otoñales

Como ya comenté en el post anterior, este pasado verano he estado perezosa para publicar, y también para hacer fotos en los viajes y otras cosas; creo que ando tan saturada con tanto instagram y similares que enseñar lo que cocino o como de repente me parece un poco pretencioso, como si hubiera perdido el interés. Pero recordé que al fin y al cabo no empecé el blog para eso, nunca fue por afán de exhibicionismo (aunque en todo blog haya un poco de eso, claro) sino por tener recogidas mis recetas y las fotos de los platos que hago en casa o pruebo fuera de ella. 
La verdad es que en ese sentido siempre me ha resultado muy útil: busco aquí constantemente platos que ya no sé cómo hice, o revivo algunos viajes. Por eso mismo me da un poco de pena no haberlo cuidado más este verano, en el que ha habido muchas cosas para recordar; hubo una caldeirada de peixe en Lisboa que sin duda merecía una foto, unas pochas con almejas en La Rioja que dos meses después aún rememoro, unos sandes de pernil en Oporto, alguna cena especial con MA, la breve visita al mercado central de Valencia o algunas recetas caseras que por facilonas o por parecerse mucho a otras no creí merecedoras de un post propio, como un riquísimo pastel de carne o aquella pasta con calabaza y panceta. También faltan en el blog la preciosa cocotte de hierro que me acaba de regalar mi hermana, y que estrené con un ragú de ternera retinta extremeña, o el puchero de barro que probaré pronto cocinando algún potaje.
En el caso del pan, ha sido más bien el calor la causa de que no haya más en el blog desde hace meses, y la verdad es que lo he echado de menos: después de varias semanas tirando de pan comprado (en su mayoría bastante malo) cuando por fin desayuné de nuevo pan casero me pareció todo un lujo, y me prometí retomar el ritmo panadero. Después de varias tandas de bollitos y molletes, ayer cayeron estas dos hogazas estupendas: la de arriba es un pan de pipas y miel, receta del libro de Lepard; la de abajo es un pan blanco sencillo de masa madre, hecho con una harina francesa molida a la piedra que le da un sabor fantástico. Ambas masas las hice a mano, por una vez tenía tantas ganas de meterme en harina que no quise usar la amasadora, y fue estupendo. El desayuno de hoy, aún más.
Otra razón por la que tenía ganas de hacer pan es que quería deshacerme de las harinas que aún tenía en la despensa, algunas desde hace demasiado, antes de comprar nuevas o de recoger los dos kilos de harina danesa que mi amiga C. me ha traído de Copenhague (¡eso son amigas!). Por suerte, cada vez es más fácil encontrar buenas harinas en cualquier parte, incluso en los supermercados corrientes: en Badajoz, por ejemplo, me alegró ver que se puede encontrar harina tradicional zamorana en el súper El Árbol, y otras más especiales, aunque un poquito caras, en la Biotienda. 
En Madrid, además de otros muchos, se pueden encontrar por fin harinas variadas a granel en una tienda del barrio de Salamanca, Casa Ruiz Granel, en la que también tienen frutos secos, legumbres, algas, especias y otras cosas. Ya echaba yo de menos una tienda así desde que visité Renobell en Barcelona, y espero que dure mucho: además de muchas harinas diferentes vi que tenían frutos secos crudos, que no siempre son fáciles de encontrar (cacahuetes y pistachos, por ejemplo), legumbres singulares como las lentejas caviar, las rojas o las de Puy, verdinas... la harina básica, tanto de trigo como de centeno, tiene un precio normal (1,50-1,60€/k), las especiales o ecológicas suben bastante de precio, pero aún así es una buena noticia que haya una tienda como ésta en Madrid. Tiré alguna foto en mi primera visita, de la que traje harina de centeno y unas ricas avellanas de Reus:


Parece que algo se mueve, aunque sea poco a poco, en esto del comercio de alimentos: también en Madrid, al ya casi saturado Día de Mercado se suman otros pequeños mercados desperdigados por los barrios o el reciente mercado Madrid Productores que se celebra en el Matadero el último fin de semana de mes; yo aún no he estado, pero no tardaré en visitarlo.
Pan, pucheros y mercados; no parece una mala manera de encarar el otoño.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Galleta de naranja, mermelada de limón

Tres meses sin publicar. Por muchas razones, ninguna mala salvo quizás un poco de pereza. Y calor, mucho calor, que me ha obligado a tener el horno apagado desde junio. Vuelvo con muchas ganas de cocinar, con muchas recetas pendientes marcadas en los libros.
La de hoy sin embargo es sólo una variación de una que ya publiqué en el blog, y que se ha quedado como mi receta de galletas de cabecera; desde entonces he probado a hacerlas de muchas maneras: con especias, con azúcar de melaza, con harina blanca o integral... quedan muy diferentes con estos pequeños cambios, pero siempre quedan bien. Esta vez quise darle salida a la corteza de naranja confitada que me había sobrado del roscón - que como se puede imaginar estaba ya muy seca - y han quedado muy ricas. Aunque la receta es casi igual, vuelvo a ponerla:

-1 huevo
-100 g de azúcar (20 g de azúcar moreno de melaza, muy oscuro, y el resto blanco)
-75 ml de aceite (mezclé girasol y oliva)
-3 cucharadas soperas de naranja confitada, muy picada
-1 pellizco de sal
-unos 240 g de harina, esta vez sólo blanca (la cantidad que admita la masa)
-1 cucharadita de levadura química, tipo Royal (mezclada con la harina)

Se bate el huevo con el azúcar y el aceite y se van añadiendo los ingredientes en el orden indicado, echando por último la harina y mezclando sólo hasta que se integre y se pueda hacer una bola con la masa. Se enfría una hora o más en la nevera, se estira, se cortan las galletas con un molde y se hornean unos 12 minutos a 180º o hasta que cojan el color deseado.
La mermelada de limón es un tesoro rescatado del fondo de la despensa... la hice en diciembre del año pasado, con unos estupendos limones regalados, y hasta ahora no la hemos abierto ni se me ha ocurrido publicarla. Durante este tiempo se ha oscurecido (viendo la foto parece poco creíble que sea de limón, pero así es) y el sabor se ha hecho más intenso, no sabe tanto a caramelo como recién hecha y yo creo que me gusta más ahora. Es una mermelada peculiar, tiene tanto sabor que no es del tipo con el que te untarías una tostada entera (o sí, depende de cada uno) pero con las galletas me gusta mucho, y posiblemente dé mucho juego para cocinar, para complementar un relleno de tarta, para comer con yogur...
El procedimiento es el de una receta publicada varias veces en internet (por ejemplo, en Directo al Paladar), que según dicen es de Nostradamus: la diferencia con cualquier otra mermelada es que se dejan los limones en remojo unos días antes de prepararla, con el fin de evitar un amargor excesivo. Yo no he probado a hacerla de otra manera, pero así ha quedado bien, así que aquí la dejo.
Me quedo con las ganas de contar algo más del verano, colgar alguna foto de los viajes, comentar alguna nueva dirección del barrio... pero queda mucho otoño por delante, y yo todavía no me he quitado de encima toda la pereza veraniega. Pronto, más y mejor.

jueves, 12 de junio de 2014

Quindins

Amantes del huevo y el coco: si desconocíais este dulce, ya estáis tardando en probar...
El quindim es un riquísimo dulce brasileño hecho con yemas, azúcar y coco rallado, que también se come en Portugal (de hecho, hay quien cree que el origen es portugués). Aunque no es un dulce que yo coma con frecuencia, el año pasado probamos unos excepcionalmente buenos; mi cuñado los disfrutó especialmente, así que dejé como receta pendiente preparar unos en casa. Éstos son la primera prueba, hecha para aprovechar que tenía restos de leche de coco de hacer un curry, y han quedado tan ricos que no tardaré en hacer una segunda tanda. Se los dedico a mi sobrina E., que hoy es su cumpleaños.
La receta la saqué de un fantástico blog portugués de pastelería, Flagrante delicia, que me gustó porque el uso de leche de coco. También tomé prestados unos consejos de la estupenda receta de El invitado de invierno, como el de humedecer el coco rallado para que quedara menos seco. Por lo demás, la única variación que he hecho sobre la receta base es la de reducir el azúcar de 100 g a 85 g, porque como ya dije los dulces portugueses suelen ir bastante cargados. Han quedado realmente buenos, dan ganas de hacer uno grande y meter la cabeza en él (bueno, igual exagero, pero no demasiado). Mi receta quedó así:

-5 yemas
-75 ml de leche de coco
-25 g de coco rallado seco, ligeramente humedecido
-85 g de azúcar
-mantequilla y azúcar para forrar los moldes
Se precalienta el horno a unos 150º más o menos; se pasan las yemas por un colador y se mezclan con los demás ingredientes. Se untan los moldes (pequeñitos) con mantequilla y azúcar, y se llenan poco más de un dedo. Se tapan con papel de aluminio, se ponen en una bandeja con agua y se cuecen unos 40 minutos aproximadamente. El líquido se cuajará y el coco rallado subirá a la superficie, formando una costra deliciosa. Los últimos 10 minutos se pueden destapar, para que se seque un poquito esta superficie o incluso se dore un poco (a mí me gustan sin dorar). 
Se dejan templar y se desmoldan. La receta original decía que salían unos 12, a mí sólo me han salido 7, pero supongo que es por el tamaño de los moldes.
Ricos ricos, y muy bonitos. Para hacerlos una vez cada mucho tiempo, claro, porque con tanto huevo son una bomba, pero es de esos dulces que puedes hacer en casa fácilmente y no le tienen envidia a los que puedes comprar. ¿Y qué hacer con las claras sobrantes? Pues un bizcocho, lenguas de gato, magdalenas... o congelarlas, que seguro que en algún momento sucede lo contrario y lo que sobran son las yemas. 
Y si alguien necesita algún aliciente extra para probarlos, que sepa que son tan importantes que hasta tienen su propia samba, que ya salía en la película Los Tres caballeros (que mi hermana y yo debimos ver unas 500 veces cuando éramos niñas, sin saber exactamente a qué se refería la canción). Ha sido pura casualidad que yo haga esta receta hoy que se inaugura el mundial de Brasil, porque el fútbol no es precisamente mi pasión, pero ya que ha sido así, animo a todo el mundo a que se interese por ese país más allá del deporte, que tiene mucha música maravillosa (¡y mucha arquitectura!).

viernes, 16 de mayo de 2014

Ensalada de garrapatos (y otras cosas de Badajoz)

Garrapatos. Así llaman algunas personas de Badajoz a las judías verdes redondas, entre ellas mi madre y mi abuela. Pensé que era más común, pero en internet es raro leer a alguien que aún las llame así, aunque en algunos sitios sí se recoge. A mí me encanta escucharlo y por eso hablo hoy de este plato, aunque lo hago más por el nombre que por la receta, que es muy simple.
Cuando estaba en 3º de BUP o COU (¡qué mayor me hace sentir decir esto!) iba todos los miércoles a comer con mi abuela, que se había mudado cerca de la casa de mis padres poco después de quedarse viuda. Recuerdo platos rebosantes de comida, haciendo montañita y desafiando las leyes de la física: cuando yo decía "ya, abuela, YA", ella añadía otro cazo de propina. Después de la comida mi propósito era levantarme a lavar los platos, pero entre la comilona y aquél sillón orejero que te atrapaba, la verdad es que siempre me quedaba dormida y al despertarme mi abuela ya había recogido todo.
De todos esos platos, no sé por qué, recuerdo en especial dos: el arroz con leche y esta ensalada, aunque no era precisamente mi plato favorito por aquella época. Ahora ya le he cogido un poco más el gusto a las judías verdes y a esta ensalada, la única cosa que hago diferente es que yo la tomo del tiempo, no fría de la nevera, y que intento quitarle un poco el picor a la cebolla antes de mezclarla. 
Por lo demás, es una receta muy simplona: se limpian las judías y, si hace falta, se les quitan las hebras. Se cuecen, no demasiado (entre 10-12 minutos según la calidad y el grosor), y se corta la cocción poniéndolas en agua muy fría. Se pican y se mezclan con un picadillo de tomate, cebolla y pimiento verde. Se puede añadir también huevo, atún, trozos de pan, arroz... lo que más nos guste. Y por último se aliña generosamente con sal, aceite, vinagre y pimienta. Sin más.

La hemos comido para acompañar unos restos de presa ibérica (comprada esta vez en La Tienda de Badajoz), que habían quedado de una comida anterior. Es una carne fantástica para asar, que en sobras es muy fácil de aprovechar si se hace bien; aún estaba un poco rosada por dentro, muy buena, y hoy la hemos usado a modo de roast beef a la extremeña, en una tosta de pan casero con una salsa de aceite, mostaza y pimienta, sin más; también queda muy bien con aguacate, con tomate picado, rúcula... 
El pan no era de Badajoz, pero la panadera sí, que es lo que cuenta. No cuelgo muchos panes últimamente porque suelo repetir las mismas recetas, sólo suele variar la harina que uso, depende de la que voy comprando. Éste tiene como novedad que está hecho con la levadura de una cerveza no pasteurizada, es decir, que tenía levadura viva. Con los posos de la misma hice un prefermento que luego me sirvió para hacer la masa del pan, hecha con harina panadera y recia (de trigo duro) a partes iguales.  
Me ha costado cogerle el truco a esta harina, la recia, porque me empeñaba en hacer con ella los mismos panes de siempre, con mucha agua, y no salían bien. Al final, al estilo de Bruce Lee, decidí aliarme con ella en vez de pelearme: añadir menos agua de la que acostumbro, hacer un amasado más amable y reposos largos, según lo aprendido en el blog Un pedazo de pan; al final he conseguido un pan muy rico, con mucho sabor y una corteza preciosa:
Pan, un poco de gorrino y unas verduras. No hace falta mucho más para montar una gran comilona. 

jueves, 8 de mayo de 2014

Queijadas (intentando emular a las de Sintra)

Hay pasteles míticos que uno no debería intentar hacer en casa, porque es poco probable que consigas que se parezcan en sabor y textura al original; entre ellos estarían los pasteles de Belém (los que se ven en internet rara vez se acercan, siquiera en aspecto) o las queijadas de Sintra. Peeeeero... si aún quedan meses para tu próximo viaje a Portugal, te matan las ganas de comerte una y en tu libro de cocina portuguesa de cabecera hay una receta que parece auténtica y fácil, lo puedes intentar. No es lo mismo, pero ayuda.
Las queijadas de Sintra son pequeñas tartas de queso, de un tamaño que casi puedes engullir de un bocado; la tartaleta es de una masa consistente pero muy, muy fina, y el interior muy dulce y jugoso. No saben a queso, porque se hacen con queso fresco de vaca, y la textura es ligeramente granulosa: al principio hasta pensaba que llevaban algo de almendra, pero no, es sólo queso, huevo, azúcar, harina y canela. 
Hay queijadas en otros lugares del país, que se hacen con queso de oveja (como en el Alentejo) o con pequeñas variaciones en la masa, pero en esencia todas se parecen un poco.
La receta no es difícil, aunque conviene saber un par de trucos, sobre todo si no las habéis probado antes y no tenéis clara la textura. Los ingredientes, ajustados a la cantidad que yo quería hacer es así (salen unas 12-14 queijadas, aproximadamente):

Masa
125 g de harina
1 cucharada rasa de mantequilla o manteca
agua y sal

Relleno
200 g de queso fresco de vaca, mejor sin sal *
100-150 g de azúcar **
2 yemas
30 g de harina
1/2 cucharadita de canela

La masa se prepara el día antes, o unas horas al menos. Es como preparar una masa quebrada pero con muy poca grasa: se mezcla la harina con la mantequilla y se añade agua fría muy poco a poco hasta que se pueda amasar una bola; tiene que quedar una masa bastante dura (he leído que en algunos sitios ni siquiera usan moldes, sino que se forma una tartaleta con la masa que debe ser capaz de aguantar por sí sola). Se envuelve bien y se deja en la nevera.
Para el relleno se tritura bien el queso y se le añade en este orden el azúcar, la yema, la harina y la canela. Debe quedar una pasta cremosa, pero no demasiado líquida.
Se precalienta el horno (200-220º). Se extiende la masa bien fina y se cortan círculos, de diámetro algo mayor que los moldes a emplear. Se forran los moldes, doblando la masa sobre sí misma para ajustarse al molde y procurando que no queden tartaletas muy altas (poco más de un dedo), pues las queijadas son bastante planitas. Se rellenan casi hasta el borde y se hornean; el libro dice unos 15 minutos, las mías tardaron alrededor de 20. La tartaleta debe quedar cocida pero aún blanquita, la parte superior bien tostada y el interior cuajado pero jugoso. Se dejan enfriar, y se toman con un café bien negro.

* El queso fresco portugués es algo más consistente que el que se suele encontrar en las tiendas españolas; si podéis encontrar un queso fresco artesano o al menos que no sea muy blando, mejor; si no, se puede prensar o dejar escurrir un poco el que tenemos ya picado, para que pierda un poco de suero. El peso indicado sería de queso ya escurrido.
** Los portugueses son muy, muy golosos: yo hice la receta con algo menos de la cantidad indicada (175 g para 200 de queso) y aún así me parecían excesivamente dulces. Se puede ajustar al gusto, poniendo menos azúcar y probando la masa para comprobarlo.
También se puede hacer una tarta grande con este relleno, aunque en ese caso quizás conviene dejar la masa algo menos fina, o usar una masa quebrada normal. Es un relleno muy fácil y rico, con un sabor estupendo a canela y huevo, a dulce de abuela. Los que hayan visitado Sintra y las hayan probado saben a qué me refiero.
(No es que no pudiera resistirme, es que quería enseñar cómo son por dentro... de verdad).

jueves, 1 de mayo de 2014

Fresas con leche (casi como en el verano de mi infancia)

Obviamente no escribo esto para colgar la receta de las fresas con leche; sólo se trata de mezclar fresas, leche y azúcar. Lo difícil, claro, es que sepan como las que hacía la abuela en verano, en La Antilla (Huelva), con fresas de la zona que se quedaban enfriando en la nevera hasta que la leche se empapaba completamente de su color y sabor; ya se sabe que es prácticamente imposible replicar los sabores que se recuerdan de la infancia.
Sin embargo las de hoy me han recordado un poquito. La gran diferencia es que las fresas estén en el punto exacto de madurez; el resto lo hace un poco de reposo. Se pueden hacer muchas cosas con las fresas, pero yo creo que si son buenas la preparación más sencilla es la mejor, como pasa con un buen tomate.
Lo bueno de tener fresas en el huerto es que te puedes permitir cogerlas en el momento perfecto, ya dije que sólo por ellas ya merece la pena tenerlo. La verdad es que a mí me gustan cuando están casi al borde de pasarse, y sobre todo comerlas recién cogidas y todavía templadas de haber estado al sol: habrá quien no se lo crea, pero a mí me parece que un par de horas después ya no saben igual. 
El color da la pista para saber las que ya están en su punto: las tres de la foto son preciosas, pero la de abajo es la más rica. Están mejor cuando ya no hay blanco alrededor de las hojitas, el rojo se hace más oscuro y las semillas ennegrecen; al cortarlas o morderlas ya no están del todo tersas, han empezado a ablandarse ligeramente. Ese es el momento preciso. 
A veces las dejas para esperar que cojan el punto, y al día siguiente esas fresas ya han recibido algún mordisco de los bichitos que hay en el huerto, que eligen precisamente ésas; no puedes enfadarte, hay que comprender que quieran compartir algo así.

viernes, 25 de abril de 2014

Resumen de un mes perezoso

Llevo bastante más de un mes sin publicar nada en el blog, y esto es bastante raro en mí. No me pasa nada, sólo he estado (y estoy) un poco perezosa para escribir. Pero eso no quiere decir que no haya cocinado, todo lo contrario: estas últimas semanas he cocinado bastante, con varias comidas y cenas de cumpleaños con amigos y familia, pero también muchas comidas diarias sencillas y ricas, como ésta:
O esta otra:
También ha habido mucha compra, y visitas a tiendas y mercados. En una de ellas M.A. se trajo estas coquinas, que sabe que me encantan:
Y, cómo no, mucho pan: bagels, panes de hamburguesa, de molde, de centeno, y últimamente sobre todo integral.

En Badajoz he aprovechado algún día de sol para acercarme con la bici al mercadillo y sorprenderme con algunas de las cosas que se venden por allí:

Y toca volver al huerto, y alegrarse con todo lo que te regala a pesar de no haberle hecho demasiado caso este invierno. El pobre ha estado bastante abandonado, y aún así las fresas nos alegraron con las primeras frutas a finales de marzo:
Los dos pequeños almendros han arrancado este año con la que posiblemente sea nuestra primera (y escasa) cosecha de almendras, aunque aún hay que esperar:
Y por último, llegó la pequeña gran decepción de este año, que ha sido la confirmación de que a los ruibarbos no les gustó demasiado el calor horrible que hizo en el verano pasado: aunque arrancaron bien y pude coger unas pocas pencas en junio, con los calores de mitad del verano se vinieron abajo, y este año sólo han rebrotado dos (uno de ellos bastante raquítico). Así que ahora estoy con un plan de cuidados intensivos, a ver si rescato al único que parece tener posibilidades... en un par de meses comprobaremos si se ha podido hacer algo.
Mientras tanto, ya están puestos los plantones de tomates, berenjenas, pimientos y melón, en menor cantidad este año para ver si no se nos va de las manos como el año pasado. Los ratones que se han instalado en el huerto no nos lo van a poner fácil, pero algo quedará.
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Me hubiera gustado publicar hoy una receta portuguesa, para celebrar el 40º aniversario del 25 de abril; no he llegado a tiempo, pero no quería dejar de mencionarlo en el blog. ¡Feliz día, amados vecinos de Portugal! Pronto estaré por allí.


jueves, 13 de marzo de 2014

Garbanzos con almejas

Porque no todo va a ser potaje de espinacas y bacalao: hoy fui al mercado y vi que las almejas tenían buen precio, así que he preparado un potaje de lujo.
Es un guiso bastante sencillo en realidad, que hasta se puede preparar en una versión con garbanzos ya cocidos si lo queremos hacer más rápido. El truco, como siempre, es usar buenos ingredientes y poner un poco de paciencia.
Por si alguien quiere las cantidades, para 2 personas (como plato único) he usado:
-aproximadamente 200 gramos de garbanzos, puestos en remojo el día antes.
-250 g de almejas (pueden ser chirlas, mejillones...)
-1/2 cebolla
-1 o 2 dientes de ajo
-1 pimiento italiano
-2 tomates (yo usé de conserva)
-1 hoja de laurel
-aceite de oliva
-1 poquito de vino blanco
-perejil fresco picado
Por un lado se cuecen los garbanzos con una hojita de laurel (en mi caso unos 19-20 minutos en olla rápida). Por otro se hace un sofrito de verduras; se juntan ambas cosas y se dejan cocer juntas otros 10 o 15 minutos, o el tiempo que necesiten los garbanzos para terminar de hacerse. Por último se abren aparte las almejas con un poquito de vino blanco, y se añaden justo al final, colando el caldo.
Algunos pequeños trucos: usar garbanzos de calidad, españoles (si son pequeños o grandes va al gusto). Una vez cocidos los garbanzos, retirar y reservar parte del caldo; así, si una vez añadido el sofrito nos queda muy espeso, entonces se puede usar ese caldo para corregir. Hay que preparar el sofrito con cuidado, sin que se queme, y dejar las almejas el tiempo justo para que abran, no más. Con todo esto es difícil que no quede un guiso rico.
A partir de ahí se puede improvisar: poner más o menos verduras, u otras diferentes; cambiar el perejil por cilantro u otra hierba... lo que sea. Pero hay que cocinar legumbres, muchas y bien; comerlas y disfrutarlas. Y sobre todo ir al mercado a mirar, curiosear, a aprender y a comprar.

sábado, 22 de febrero de 2014

Klatkager (a veces me gustaría ser nórdica)

Es más fácil prepararlas que pronunciarlas: los daneses llaman klatkager a unas tortitas que preparan para aprovechar restos de arroz con leche, o también gachas de avena. La receta me pareció muy sencilla, así que, aunque no he probado las originales, me he aventurado a hacerlas.
Yo las conocí de pura casualidad, al leer un libro infantil que compré hace unos días en una librería de viejo: La llegada del cometa, de la serie de la familia Mumin (unos libros que ningún niño, ni adulto, debería perderse). Siempre me han chiflado estos libros, por las historias y por las ilustraciones de su autora, la escritora finlandesa Tove Jansson. En una de ellas se ve a Mumin y sus amigos comiendo klatkager, "gruesos crêpes hechos con arroz con leche". Me puse a buscar un poco, y aprovechando que había sobras de arroz con leche en casa, he preparado una versión sencilla.
Se trata de mezclar unos 200 ml de arroz con leche (aproximadamente) con un huevo batido, hasta conseguir una pasta como la de las tortitas, quizás un poco más espesa, y freírlas igual que las normales, en una plancha o sartén ligeramente untada con mantequilla. Se sirven con azúcar espolvoreado, canela, miel, o mermelada.
En las recetas danesas que he mirado había muchas variaciones: a veces se añade vainilla, a veces se bate la clara a punto de nieve, otras veces ponen miel, o un poco más de azúcar... dado que mi arroz con leche estaba bastante dulce y un poco caldoso, yo no he puesto más azúcar pero sí un poquito de harina para espesarlo más, aunque de todos modos me han quedado más finitos que los que se suelen ver en los blogs daneses; esto es porque el arroz con leche danés (risengrød) es muy muy espeso, como unas gachas gruesas. Para que sean más fieles a las originales se puede escurrir ligeramente el arroz con leche, pero yo he preferido aprovecharlo tal cual.
A Mumin parece que se le da mejor que a mí eso de darles la vuelta... yo casi la lío.
El resultado es bastante peculiar, porque la apariencia es la de una tortita pero al morder el sabor es diferente, y se notan los granos de arroz húmedos... si los comes calentitos y les pones azúcar y canela, el sabor recuerda un poco al relleno de los pasteles de Belém (los de verdad), cosa que no es extraña porque los ingredientes, salvo el arroz, son los mismos. 
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Pero no es por los klatkager que me gustaría ser nórdica. Ni porque quiera ser más alta o más rubia (que no), ni por lo mucho que me gusta su arquitectura y su literatura. M.A. dice que quiere ser sueco, o noruego, cada vez que ve algo que le disgusta de aquí (por ejemplo, esa española y horrible costumbre de hacer pis en la calle, o de entrar gritando a cualquier sitio...); yo le tomo prestada la expresión, porque llevo unos días en los que lo he pensado varias veces. 
Sé que tal y como están las cosas lo normal cabrearse sobre todo con los políticos y responsables en general de nuestros grandes males, pero de quejas hacia ellos ya está internet bien surtido y yo me desahogo a diario en casa. Lo que hoy me hace hervir la sangre, porque son las cosas que me hacen perder un poco la esperanza, son esos pequeños detalles y gestos cotidianos tan enraizados en la gente normal, la que te cruzas día a día, y sabes que van a durar mucho más que cualquier político, porque son fruto únicamente de la (poca) educación y de eso, no nos engañemos, vamos fatal.
Es el hecho, por ejemplo, de que en nuestro país se siga confundiendo la educación y la elegancia con la cantidad de dinero que tienes en el banco, el número de coches que guardas en el garaje o el apellido que lleves, y así día a día te cruzas con señoronas vestidas de visón hasta las cejas incapaces de dar las gracias si les cedes el paso al entrar en una tienda. 
Me fastidia sobremanera esa gente que desprecia o se asusta del que es diferente, y piensa por ejemplo que todo el que se manifiesta por una u otra causa es un perroflauta o un radical, aunque como nunca han salido de su barrio ni se han acercado a una manifestación no saben en realidad de qué va el asunto.
Me repatea la necia resistencia al cambio, que hace que cada vez que uno hace algo diferente, aunque sea algo pequeño o tan simple como decidir ir en transporte público o en bici en lugar de comprarte un coche que no te hace falta, se interprete como un gesto hippie o se piense que es por falta de recursos, en vez de pensar que es un acto consciente y meditado, una decisión casi vital, una manera de vivir tu vida según las reglas que tú mismo eliges y no las que se consideran "normales".
Podría seguir poniendo ejemplos de esto, que a mí me parece simplemente "paletismo de clase alta" (lo siento si alguien se ofende). Me paso mucho tiempo últimamente explicando por qué hago cosas de determinada manera, incluso a gente de mi misma edad, gente que ha estudiado, pero se siguen extrañando porque decidas hacerte el pan en casa o vivir de alquiler en vez de hipotecada. Y descubro que todas esas cosas que aquí se ven como extrañas son absolutamente normales en el norte de Europa. 
No es que yo tenga una visión idealizada de esas sociedades, sé que ellos tienen sus miserias, sus fanatismos, sus corrupciones y otras cosas. Pero lo poco que he conocido a gente de allí, o lo que he leído acerca de su manera de vivir, me hace envidiarles en muchos aspectos: lo normalizadas que tienen algunas costumbres como el reciclaje o el moverse en bicicleta, lo que mucho que cuidan y valoran sus servicios públicos (empezando por su educación), su respeto a la libertad personal (me refiero sobre todo a las mujeres) o sus políticas de ayuda a la maternidad. Me encanta su falta de complejos, que hace que allí, por ejemplo, sea normal pedir la comida que sobra para llevar, fabricarte ciertas cosas tú mismo o que funcionen otros modelos de comercio que aquí se siguen mirando con la nariz arrugada, como las tiendas de segunda mano (afortunadamente esto creo que sí está cambiando, aunque sea por la crisis y no un cambio de mentalidad). Me sorprende que allí, aunque en ciertas épocas casi no puedan salir a la calle por el tiempo, sin embargo respetan y cuidan su espacio público mucho más que nosotros, que sí lo usamos a diario, pero lo despreciamos. Y mucho más...
Afortunadamente, creo que hay muchas personas que últimamente también quieren ser nórdicas de vez en cuando, y que deciden hacer las cosas de una manera diferente. Ya sé que algunos cambios suponen a veces dejar atrás tradiciones muy nuestras, pero... que queréis que os diga: hay tradiciones que por muy nuestras que sean, yo prefiero dejarlas atrás.

viernes, 7 de febrero de 2014

Bolo do caco (pan plano de Madeira)

Nunca he estado en Madeira. Iré, es un viaje pendiente desde hace mucho, pero no quería esperar hasta entonces para probar una de las estrellas de su gastronomía, el bolo do caco. El año pasado los probé en un restaurante de Lisboa, en una versión algo diferente, y cuando leí la receta en el libro Cozinha Tradicional Portuguesa (del que ya hablé) me pareció que no era difícil hacerlos en casa. Me acordé de ellos hace poco, cuando hice otros panes en plancha (los muffins) y me sorprendió lo mucho que tenían en común, así que decidí intentarlo.
Según este libro, el bolo do caco se hace con una masa de pan corriente, de trigo, bien con levadura de panadería o con fermento natural (masa madre); después de fermentada, se forman bolas y se cuecen por ambos lados sobre una piedra muy caliente (o una plancha, en su defecto) hasta que forman una corteza fina y tostada. Se suelen servir calientes, abiertos y untados con mantequilla de ajo y perejil. 
También había leído que algunas veces se incorpora batata a la masa, y de hecho hay muchas recetas de este tipo en internet. Yo decidí probar a hacer esta versión, que le da un sabor diferente y un color precioso, aunque complica un poquito la receta (por eso la pongo como "receta en proceso").
En el libro no venía una receta exacta, sólo especifica que se hace con una masa normal, así que las cantidades dependen de la calidad de la harina usada y del porcentaje de batata que queramos poner. Yo fui ensayando, en los primeros intentos añadía unos 50 g de batata cocida para 250 g de harina, pero casi no se notaba; esta vez lo doblé, y han quedado muy ricos, aunque quizás es un poquito excesivo porque complica un poco el amasado. Dejo la receta escrita tal y como la he preparado y las variaciones que creo que le vendrían bien, para acordarme la próxima vez:

-100 g de masa madre (menos, si hace calor)
-200 g de harina (panadera, o mezcla de fuerza y floja)
-100 g de batata cocida (la próxima bajaré a 75 g)
-1/2 cucharadita escasa de sal
-1 pellizco de levadura (opcional)
-agua para ajustar la consistencia (a ojo, depende de la harina)
Se tritura la batata; se mezcla con la masa madre y el resto de ingredientes excepto el agua; ésta se añade muy poco a poco, lo justo para que se pueda integrar todo hasta que se pueda formar una bola. Se deja reposar 20-30 minutos. Se sigue amasando, y si en este momento vemos que la masa aún está un poco seca o demasiado dura se añade más agua (es mejor corregir ahora y no al principio, porque con tanta batata después del reposo a veces se ablanda bastante). Cuando está bien elástica y suave se mete en un bol aceitado y se deja fermentar (en mi caso, toda la noche en la nevera). 
Se divide la masa en porciones, según el tamaño que queramos: para un bollo individual serían de unos 80-100 g, pero se pueden hacer grandes, para compartir. Se hacen bolas y se estiran un poco con las manos o con un rodillo, hasta formar discos de 1,5-2 cm de grosor (hay que tener cuidado de no hacerlos muy planos o en la sartén se formará una burbuja, como en una pita). En la mayoría de las recetas se cuecen inmediatamente, a mí me han quedado mejor dejándolos reposar 1 hora más o menos. 
Se calienta una plancha y se van cociendo; para que se queden con la característica forma cilíndrica, lo mejor es que la plancha esté bastante caliente al principio; se le da una vuelta al poco de ponerlos, para que formen así las dos caras planas, y luego se baja el fuego un poco y se dejan unos minutos por cada lado para que se haga bien por dentro y se tueste por fuera. 
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Dice la tradición que se comen recién hechos; yo los prefiero con la miga un poco asentada, así que los dejo enfriar y luego los tuesto un poquito. Se prepara una mantequilla de ajo, mezclando (por persona) una cucharada de mantequilla con 1/2 diente de ajo machacado y un poco de perejil picado, y se untan los bolos abiertos y calentitos. 
Si se prefiere se pueden hacer sin la batata, entonces es más fácil: se hace una masa de harina blanca, con un 65% de agua aproximadamente, y se procede igual. También se pueden hacer con variaciones, como la que yo probé en Lisboa, que llevaba algarroba (¡qué rico!). 
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Al escribir la receta me acordé también de los últimos "regalos" ortográficos de los chinos de mi barrio, de los que a veces me traigo alguna foto de recuerdo: si antes fueron los níspelos, esta vez fueron las manzanas leinetas, los pimientos itarianos, la lechuga trocatero y...
... los moñatos. Y eso que la ñ es una letra española; qué grandes son.

domingo, 19 de enero de 2014

Aceitunas rajadas caseras

Esto de preparar aceitunas en tu casa no es una ciencia exacta, ni mucho menos: lo ideal es que te enseñe tu abuela, o tu madre. Mi abuela recuerda algunas recetas pero siempre se le olvida algo, o no te da cantidades precisas, así que en esto de las aceitunas he tenido que guiarme por lo poco que ella aún podía contarme, recomendaciones de mi hermana y de mi tía, un poco de internet y mucho de prueba y error. 
Debe ser mi punto flaco en esto de la cocina, porque todo el mundo te dice que es muy fácil y que salen bien, pero mi primera vez hace un par de años fue un fracaso. Este año estoy contenta porque, aunque aún quiero encontrar mi aliño perfecto, la verdad es que están muy buenas; y además son de aceitunas propias y recogidas a mano, así que hace mucha ilusión: del árbol al plato.
El procedimiento básico es muy simple: una vez recogidas y lavadas las aceitunas se decide si se van a hacer rajadas o machadas; se ponen en agua y se les va cambiando cada día hasta que pierdan el sabor amargo. Por último se ponen en salmuera y se añaden los aliños que queramos. Esto es, más o menos, lo que me contó mi abuela. Eso, y que no las tocara con las manos ni con nada metálico una vez puestas en agua porque se ponen blandas.
Pero entonces salen todas esas preguntas: ¿Rajadas o machadas? ¿Cuántos días tienen que estar en agua dulce? ¿Cuánta sal lleva la salmuera? ¿Qué le pongo de aliño? .........

Yo cuento la receta que he seguido este año, y por qué.
Decidí hacerlas rajadas: porque las aceitunas ya no estaban totalmente verdes, que son las que se machan, y también por comodidad: al macharlas salpican y se pone todo perdido, y si te manchas es casi imposible quitarlo (creedme), así que o te pones ropa vieja y forras la cocina, o lo haces en el campo como mi hermana, o las rajas como yo. Se coge cada aceituna y se le hace uno o dos cortes que lleguen hasta el hueso.
Las tuve en agua algo más de 10 días, cambiando el agua al menos una vez al día. Es importante que el agua no tenga cloro (yo usaba agua del grifo, pero reposada más de 24 horas), y que al vaciar el recipiente no las toquemos con las manos ni con ningún instrumento metálico; yo usaba una tapa de plástico para volcar y vaciar de agua el recipiente sin tocar las aceitunas. Es precioso ver cómo van cambiando de color con los días. Al cabo de una semana se pueden ir probando para comprobar el sabor, y siempre conviene dejarles un puntito amargo.
Cuando ya están a nuestro gusto, se ponen en salmuera con el aliño escogido. Aquí llegaron mis problemas: mi abuela siempre ha usado el método tradicional, el del huevo, para calcular la sal. Esto es, se coge un huevo fresco y limpio; se llena de agua un recipiente y se añade sal hasta que el huevo pueda flotar. Pues bien: diga lo que diga la sabiduría popular, si se hace así queda una salmuera bastante saturada y unas aceitunas, a mi gusto, muy saladas para comer directamente. En otras recetas, como la de Recetas de mamá que siguió mi hermana, calculan una cantidad entre 80 y 90 gramos de sal por litro de agua, pero también me parecían un poco saladas, y no me atrevía a poner menos por si no se conservan bien.
Al final la solución la encontré buscando aquí y allá en internet, y en algunos sitios vi que hay quien distingue la salmuera (para conservar) del aliño (para aderezar). Esto es, se dejan las aceitunas en la salmuera y se van sacando sólo las que vamos a consumir en los próximos días para aliñarlas, lo que además permite preparar diferentes aliños. Eso es lo que estoy haciendo yo: saco unas poquitas, añado algo más de agua dulce para bajar el salado, y pongo entonces las hierbas o especias que me apetece. En un par de días (o algo más, depende de los ingredientes) se corrige el salado y van cogiendo sabor del aliño. Las de hoy son muy simples, llevan tomillo y cáscara de naranja, pero pueden ser ajos enteros, laurel, orégano, hinojo, limón, pimiento rojo, pimentón, cominos o lo que se nos ocurra. 
Luego hay un montón de posibles "inconvenientes" y que no siempre te los cuentan: como que se puede formar una capa blanca sobre el líquido de la salmuera, y tú creas que se han puesto malas y las tires. ¡NO!!! Se puede quitar esa capita con cuidado, dejarla (ya que no es malo) y simplemente apartarla cuando quieras sacar unas aceitunas, o poner un papel film pegado a la superficie para evitar que se forme. También te puede pasar que en los ajos se pongan de color verde o azul; esto, por lo que he leído, es una reacción normal del ajo en las salmueras y encurtidos, y tampoco es malo, pero no mola nada ver cosas azules entre tus aceitunas; así que los quitas y ya está. Creo que si los ajos son muy frescos o los pones con piel no sucede, pero no lo puedo asegurar.
La verdad es que al final es un currazo tremendo para sacar un par de kilos de aceitunas... pero tienen el aliciente de comer algo que sabes cómo se ha preparado de principio a fin, algo que has hecho tú... De aprender algo nuevo, aunque ahora aparentemente innecesario; y de pasar un poco más de tiempo en la cocina y menos delante de la tele, que siempre es una buena idea.

martes, 14 de enero de 2014

El pan anglo-andaluz

A la izquierda, english muffins; a la derecha, molletes andaluces. Los dos panes hechos con la misma masa.
Tenía ganas de hacer los molletes de Un pedazo de pan desde hace tiempo; al final, ha sido la necesidad la que me ha empujado: cuando estoy en Badajoz no puedo hacer todos los panes que me gustaría, porque allí, salvo cuando voy a casa de mi madre, cocino en una antiquísima cocina eléctrica que perteneció a mi abuela paterna y que empecé a usar después de más de 20 años sin encenderse. Funciona perfectamente, pero tiene dos problemas: que el horno no calienta regularmente (mucho por arriba, casi nada por abajo) y que consume y se caldea tanto que me da la sensación de estar horneando en un reactor nuclear. 
Así que decidí buscar panes que me resultaran fáciles de hacer y no necesitaran demasiado tiempo de horneado. Los molletes han resultado una buena opción, y para colmo cuando preparé la receta me sobró un poco de masa; ya había leído algo sobre los english muffins y decidí probar a hacerlos: salieron unos pequeños panecillos estupendos para desayunar.
Como ya cuentan en el Foro del Pan, más que una receta exacta se trata de una técnica; hay masas de muffin que se hacen con leche, añadiendo un poco de levadura química además del fermento, endulzados o con diferentes añadidos... lo esencial es el procedimiento: después de fermentar se estira la masa (hasta unos 1,5-2 cm de grosor) y se corta con un aro, en vez de formar; se hacen en una plancha o sartén en vez del horno, y hay que abrirlos siempre con un tenedor para que quede una miga irregular en la que untar cualquier cosa que nos apetezca. 
Después de haber hecho unos cuantos, creo que el truco para que cojan una bonita forma está en poner la plancha muy caliente al principio, para que crezcan bien, y, como explican en el Foro o en WIld Yeast, darles una primera vuelta rápida (a los 2 minutos o así) para que se aplanen bien por ambos lados y cojan esa forma cilíndrica peculiar. Entonces se baja el fuego y se dejan tostar aproximadamente unos 14 o 15 minutos en total, cuidando que se hagan bien por ambos lados (por ejemplo, un esquema podría ser: 2 minutos / 2 minutos / 6 minutos / 6 minutos).
La otra gran ventaja de los molletes y de estos panecillos es que no se necesitan harinas especiales, se pueden hacer con harinas corrientes (éstos están hechos con harina del Día y una parte de harina de trigo duro). Así que posiblemente se conviertan en mi pan estrella cuando esté en Badajoz. Se me ocurren muchas cosas con que comerlos (por ejemplo, son los compañeros habituales de los huevos Benedictine) pero quizá lo mejor sea... simplemente tostarlos y poner un poco de mantequilla:
La próxima vez probaré con un primo portugués, el bolo do caco, del que ya tengo alguna receta guardada.
Y, por si a alguien le preocupa que últimamente sólo publique bollos y panes, que se tranquilice: también como mucha fruta y verdurita - aunque esa no la cuente - y además por ahora estoy cumpliendo mis buenos propósitos del año: